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Por David Alonso

Desde qué era un niño he sentido una atracción especial hacia las mulas, sin saber porque, tal vez por algunas historias de mi abuelo materno montado en su mula y algunas de mi padre en el Ejido Santa Eulalia, municipio de Zaragoza, Coahuila, capturando caballada liviana que había quedado de La Hacienda San Miguel, propiedad del americano George Paul Mayer (campeón mundial de monta de toros) y que el Gobierno Mexicano le expropió para convertir en ejido.

También recuerdo la advertencia de mi padre cuando amansaba mi primera mula, me dijo: » ten cuidado con esa mula, pues cuando reparan se sacan la montura como camiseta «, aunque lo escuche y atendí su recomendación, había cierta incredulidad mía en su comentario. Sin embargo, un día la pude corroborar. Fue hace algunos años, por la carga de trabajo que tenía, empezaba a ensillar caballos a las 5 de la mañana, dejando los potros de inicio para después de las 8, porque era la hora a la que llegaba mi primer colaborador y poder tener su auxilio en caso de alguna situación de emergencia.

Ensillé dos caballos y mi mula de dos años también (era su tercera silla y aún no la montaba), mientras inicié mi trabajo en uno de los caballos, a los otros dos los dejé colgados (como decimos en México a dejar atado un animal de una cuerda o amarradero que cuelga). Como a los 15 minutos de estar metido con el caballo y mis pensamientos de esas horas, sólo alcancé a escuchar los reparos de un caballo por el chicoteo de las arciones y estribos y luego ver pasar la sombra de un animal corriendo. Inmediatamente pensé en mi mula y me dirigí a agarrarla, cuando la tuve suficientemente cerca pude ver que no traía la silla puesta y tampoco el almartigón, por lo que imaginé que seguramente en los reparos había reventado la cincha, pues ya estaba algo desgastada. Cuando empezó a amanecer, me fui a donde había quedado mi silla muzqueña en el suelo y para mi sorpresa, no se había reventado nada, todo estaba en su lugar. La mula se había sacado la silla «como camiseta», como me lo había advertido mi padre.  

Esa mula fue una maestra para mí en muchos sentidos, pude enseñarla a lazar, a hacer el paso español, acostarse, jalar el carretón y lo que se me ocurría, pero sobretodo, a ser un animal de mucha confianza, ¡era todo mi querer!

Un día tuve que despedir a una persona que trabajaba conmigo porque lo sorprendí maltratando un caballo injustamente, le dije que antes de que se fuera necesitaba platicar con él, sin embargo, Yo me encontraba fuera de la ciudad y no me esperó, pero si me hizo la maldad de cortarle con unas tijeras la punta de la oreja izquierda, ¡Imagínese lo que había dentro de ese hombre!  Ya podrá darse una idea lo que sucedió a partir de entonces con mi mula, no había poder humano que hiciera que ella se dejará tocar la oreja. Poco tiempo después, tuve que mal venderla en un apuro económico, pero me prometí recuperarla en cuanto pudiera, aunque muy pronto le perdí la huella.

Años después, un empresario de Nuevo León me contrató para un evento que tendría con invitados importantes a su rancho, el cual consistiría en una cabalgata en su primera etapa y luego otras actividades. Me pidió que me fuera dos días antes para asegurarnos que todo saliera muy bien. Ya estando en el rancho me menciona su inquietud de llevar en «exprés» (carretón) las hieleras y víveres para la cabalgata (para hacerla más pintoresca), para lo cual había comprado un macho (masculino de la mula) de tres años muy bonito, que, aunque era de manejo, no sabía jalar el carretón, pero me dijo que Yo lo podría enseñar de un día para otro. Allí me di cuenta que no sabía realmente lo que me estaba proponiendo y se lo hice ver. Me comentó que había otra mula que utilizaban los vaqueros para trabajar y también para montar a sus pequeños hijos y les pedí que me la mostrarán. Cuando la vi, ¡no lo podía creer, era mi mula! Inmediatamente le dije que el problema estaba resuelto, la mula conocía ese trabajo, aún después de más de 5 años de no hacerlo, sabía que sin problemas cumpliría con el compromiso. Me platicó la historia de cómo se había hecho de ella y lo que le había costado (cinco veces el precio del que Yo la vendí) y me dejó entrever que no la cambiaría por nada, pues sus hijos de 5 y 7 años eran los que la montaban y menos con esa nueva virtud recién descubierta. En ese momento, me di cuenta que mi mula había quedado en buenas manos y allí tenía una función, por algo Dios me la había puesto nuevamente en mi camino, tal vez para que me diera cuenta que estaba bien y como una prueba de desprendimiento.

Desde entonces, mi vida a estado muy ligada a las mulas y he podido entender parte de su comportamiento, por lo que hoy quiero compartir un poco de lo que Yo sé acerca de ellas y me da la autoridad para decirles que no es justo el desacreditamiento que les damos en ocasiones, más bien es el poco conocimiento que tenemos acerca de su naturaleza.

Tenemos que entender que son un híbrido, producto de la cruza de dos animales de especies diferentes, por lo tanto, no son caballos ni burros, son mulas o burdéganos.

Algunas cosas que hay que saber de las mulas:

  • No pueden correr como un caballo, aunque hay unas muy ligeras
  • Son mucho más rústicas para comer, es decir, pueden comer alimento más fibroso y de menor calidad
  • Consumen menos agua para funcionar
  • Son más perceptivas al peligro, pues poseen las defensas de las dos especies: pueden huir en primera instancia, pueden atacar al sentirse acorraladas o inmovilizarse como piedra.
  • Tienen una facilidad impresionante para escalar y andar sobre la piedra
  • Son muy fuertes
  • Son más resistentes a las enfermedades
  • Bien entrenadas pueden ser tan suaves como un caballo
  • Son más fieles que un caballo y cuando te consideran su líder, te defienden aún poniendo su vida en peligro.
  • No es fácil ganarte su confianza, pues se sienten bien equipadas. Las decisiones del jinete tienen que ser muy sabias y nunca ponerlas en riesgo.
  • Cuando atacan, usan a la perfección las patadas (de los caballos) y las mordidas (burro)
  • Entran en celo como las yeguas, pero con mayor intensidad y se ponen muy sensibles
  • Tienen un instinto materno muy fuerte, pero son infértiles
  • Su jerarquía en la manada está por debajo del caballo

Nunca terminaremos de conocerlas, pues parte de su naturaleza es ser impredecibles, por algo la «la gente de antes» decía que las «mulas no tienen palabra», lo cierto es que son un animal maravilloso con muchas virtudes que siempre encierra un misticismo especial.

Finalmente, y como broma, les puedo decir que hay tratarlas como a las mujeres, solamente queriéndolas, sin buscar entenderlas mucho porque te vas a complicar.

En lo que a mí respecta, mientras Dios me lo permita, seguiré siendo un apasionado de ellas (de las mulas).

¡Hasta la próxima!